El girasol decapitado

Hoy salí a correr con ansia por terminar. Corrí con la sospecha de que no
llegaría a verla. En tiempo de trituradoras no se salva ni lo que se esfuerza
por salir adelante. La resiliencia es un dogma del individualismo. He conocido
a personas que arrastraron la piedra de Sísifo al otro lado de la ladera, y
nunca oyeron hablar de ese dogma del individualismo.

Hace días espero que se abra al sol. Hace unas semanas, mientras paseábamos
en familia, vimos como la flor permanecía oculta, esperando madurar antes de
ser fiel a su nombre.

Surgió de la nada. Entre la calzada y la mediana encontró la rendija para
abrirse a la vida. Ayer de mañana, al pasar con el coche, la flor del girasol
aparecía radiante ante el gris mediocre del asfalto y el inquietante paso de
los vehículos. Esta tarde, salí a correr al río, la misma ruta. La meta era
distinta a la de días anteriores. Pensé finalizar junto al girasol,
fotografiarlo entre el atasco y el mar de coches. No veía la flor. Confundí su
planta con dos que eran de otra especie, así lo confirmó un asesor botánico. Al
final, pude encontrarla. Estaba la planta, pero sin rastro de su flor. Alguien
decidió decapitarla. 

Seguía viva, pero sin la belleza que le da nombre. Un día, sin nada a su
favor, sus raíces encontraron una brizna de tierra para expandirse. Su
tallo no se amedrentó ante el ir y venir de los carros. Sus hojas ocuparon
el espacio aéreo de manera temeraria.  Pero, ahora, no está la flor. Y las
hojas viven con tristeza la ausencia, algunas marchitan poco a poco, otras
aguantan el verde como indignación ante el martirio, todas se muestran
decaídas. Y el tallo, oculto por las hojas, se sostiene y sostiene el resto de
vida de la planta. Y las raíces, allá en lo bajo, son conscientes del drama.

Y frente al girasol decapitado descubrí que hablaba de mí. Días atrás
alguien dijo que me encontraba triste. No dudé en confirmar la respuesta. No
puedo ver cosas que me entristecen y cambiar la mirada. Hace tiempo que decidí
no ocultar lo que corre por mi carne. ¿Qué se gana con aparentar lo que no es?
¿Se puede ser cómplice de una decapitación? La ausencia de flor, de lo más
bello, aunque sea doloroso, no anula de dónde vino: de unas raíces, de un tallo,
de unas hojas. Prefiero ser girasol decapitado que una taza Mr.
Wonderful
. La primera, permanece aunque las hojas muestran un dolor
marchitado. La segunda, se ofrece jocosa y ausente de realidad, salta entre la
necedad y el narcisismo.

“¿Has oído sobre la rosa que creció en una grieta en el hormigón? /
Demostrando que las leyes de la naturaleza se equivocan, aprendió a caminar sin
tener pies./ Parece una broma pero manteniendo vivos sus sueños/ aprendió a
respirar aire fresco./ ¡Larga vida a la rosa que creció en el hormigón/ aun
cuando a nadie más le importaba!”
, así decía el rapero Tupac Shakur. Lo
que vi esta tarde no es una rosa. Es un girasol, sin flor. Permanece entre la
sequedad del hormigón y el drama de la ausencia. Raíces, tallo y hojas, aunque
no muestren todo su esplendor y su belleza, alimentan, sostienen y arropan.
¿Cuántos veces me decapitaron? ¿Dónde están mis raíces, mi tallo, mis hojas? Y
allí dejo que ese girasol decapitado, en la soledad del bullicio gris, siga
hablando de mí.

Deja un comentario