Algo que solo ocurre cuando piensas mientras lees Twitter en el retrete

A Fosse no se le lee en una letrina, o, por lo menos, yo no sería capaz. Pero conforme Trilogía llegaba a su final leo: “Alida dice que necesita ir al retrete y Àsleik dice que ahí, detrás de la puerta, dice señalando, ahí está la letrina, en ese reservado, dice, y Alida abre la puerta y entra y echa el gancho y se sienta y allí está, sienta bien hacer lo preciso sin tener que hacerlo a la intemperie”. Y no puedo dejar de pensar las veces que he leído en una letrina, sin tener que hacerlo y leer en la intemperie, y es allí donde leo a algunos habitantes de X, antes Twitter.

Porque no sé si a usted le pasa pero ando fascinado con algunos de los habitantes de Twitter, ahora la red social X. De vez en cuando sigo el hilo vital, virtual y del universo paralelo, de algunas de las X más prolijas, antes tuiteros. Me asombran tanto sus brebajes diarios, tan sofisticados, qué si los comparo con mi anodino vacilar, no puede nada más que sucumbir a su inigualable acontecer. En concreto, hay X(s) que merece(n) todos los posteos, y postureos, del universo, y multiverso.

Un día leí que estando X en la cola de una panadería tuvo que socorrer a un perro que había sufrido un colapso intestinal. Al no ver que su dueño estuviera cerca, infringió la técnica de Heimlich al animal, salvándole la vida. Lo que nunca pudo imaginar es que aquel animal era descendiente de Laika, por parte de madre, y de uno de los perros de Pavlov, por parte de padre. Además, era ser íntimo amigo de una bisnieta de Lassie. Tal proeza llevó a X a aparecer en el Instagram del dogfluencer Jiffpom.

Un día leí que X, al subirse en un avión que iba a Madrid, por error de la compañía, voló junto a Pedro Sánchez. Ambos entablaron una conversación en la que X pudo asesorar sobre la mejor estrategia para ser un presidente influyente, contar cualquier cuestión y tener más apoyos de los que nadie pudiera imaginar. Según cuenta X, fue pocos días antes del 23J. No quiero pensar en el alivio que X pudo prestar al presidente en los cinco días de orfandad. 

Un día leí que X paseaba por una calle donde un niño estaba alborotando tanto que su madre no sabía cómo afrontar esa ardua tarea de encarrilar a aquel churumbel. X domó a la fiera, que era hijo de un actor de Hollywood que acabará recompensado con X en su próxima película.

Hasta un día, a X le dio por moralizar, y algún súbdito despistado, a la vez, le dio por cuestionar algunas de sus entradas. Fue el mismo día en el que Elon Musk tomaba café en la central de datos de la red X, ahora Twitter, mientras pensaba en su próxima excentricidad, cuando una nano gota del café de Musk cayó sobre una ranura que albergaba las entradas de X, y se eliminaron aquellos mensajes. Con lo que X no queda ensuciado en su entrada.

Aquí estoy, en el retrete, esperando las próximas proezas de las X, los antiguos habitantes de Twitter.

Deja un comentario