La primera flor del jazmín, hace tiempo que no lo esperaba

De las jardineras de mi terraza salen unos tallos desplumados, unos alambres solitarios, raquíticos, con un interlineado de hojas bien espaciado. Nada, ni nadie, podría camuflarse tras ese jazmín y su dama de noche. Pero, esta mañana, ocurrió algo que dejé de esperar hace ya tiempo: nos visitó la primera flor del jazmín. Una gestación en lo oculto que no es magia. Una germinación oculta y austera que ha configurado a esa flor. Una flor que ya era antes de ser. Y todo, a pesar de mi dejadez en la atención a la planta. Falté a la periodicidad del riego y a la renovación del sustrato.

Cuánta humildad existe en la preparación, en un “todavía no” que va sembrando. Nos acostumbramos a la fabricación programada, sintética y radiante, olvidamos la dificultad de la creación que se labra con laboriosidad. La impaciencia, los resultados ideales o lo aparente, son enemigos del misterio, de lo que es por ser, a pesar de que lo negamos.  Un misterio habita en aquello que se empeña, de natural, en ser, aunque todo conspire para que no sea. 

Un tiempo en el que, a la luz del día a día y fuera del alcance de las luces cortas de las redes sociales, no va ocurriendo nada extraordinario. Es ahí en lo oculto, en el silencio de lo visible, en la ausencia del marketing, donde se va gestando una materialidad sencilla y necesaria a la vez.  En el mundo emocional del “reposteo” hay una impostura que se pudrirá en el tiempo, pero que está en las antípodas del desgaste y deterioro temporal de lo que ha germinado desde la raíz, al tronco, al tallo, a la hoja y a la flor. 

Todo un proceso que requiere de un mínimo de cuidado, tierra, luz y alimento.

Nada de esto es accesorio. Pero sí necesario para que dé lugar a la vida, a la primera flor del jazmín.  Porque de natural, de necesidad, el jazmín ofrecerá flores. Ellas no serán un adorno anecdótico. Ellas responden a la esencia, a la verdad, de un jazmín. Una vida que quiere ser, que empuja por ser, y que necesita de un mínimo hilo de cuidado. 

En la época y en la tierra que nos ha tocado vivir todo debe precipitarse.  Esa flor de jazmín, la primera, la que se fue preparando a lo largo de un tiempo oculto, acontece en su tiempo, no antes de tiempo. Es en ese tiempo natural de la gestación, de la preparación, del cuidado y del florecimiento. Cuántos proyectos viven bajo la exigencia del yo que no dejan tiempo para la posibilidad, para la donación, y que no dan lugar a una venida.

Solo así llega el asombro. La admiración al ver esta mañana la primera flor del jazmín, la primera que nos visita desde hace tiempo, emana de una soledad habitada. Solo necesitó sol, nutrientes y un poco de agua, para ser su esencia. Incluso, fue capaz de superar la apatía y la ignorancia de quien no la espera, la rutinaria indiferencia de su cuidador.

Su irrupción es un mensaje desafiante frente a la dificultad de lo inmediato. Frente  a un contexto de carencia o escasez, de falta de nutrientes, de condiciones materiales. Frente a un contexto de indiferencia, de falta de cuidado, de olvido. Frente a un contexto de no espera, después de tanto tiempo ya no hay nadie que espere que nada florezca. Nos hemos acostumbrado a que no haya nada que florezca. En ese contexto desesperanzado surge una vida que desprende valor, olor y belleza, que responde a la necesidad de ser lo que se es: una fortaleza que nace de la fragilidad. Así amaneció esta mañana la primera flor de jazmín, hace tiempo que no la esperaba.

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